jueves, 5 de junio de 2014

Cris.


Tenía la maldita costumbre de reír tapándose la boca, de limpiarse el rastro del café de su labio superior con la manga del jersey, y de mirarme de reojo dirigiéndole una sonrisa a su acompañante, como si le fuese indiferente que la estuviera mirando.
De vez en cuando sacaba un cuaderno del bolso y un bolígrafo negro, siempre negro, de esos nuevos a los que se les llama de gel.
Como curiosidad nunca traía uno de tinta, supongo que es porque temía que se corriese por la hoja en blanco.
Y es que aunque a mis ojos pareciera una chica bastante descuidada, cuando se trataba de escribir ponía mucho cuidado y esmero.
A veces se notaba en su mirada que tenía autentica predilección por aquellas hojas, y más en su forma de pasarlas como si sus dedos fueran viento y en caricias cambiara la página.
Y mira que yo solo me encargo de poner cafés, limpiar mesas y nunca he sido demasiado de literatura, pero aquella chica tenía su aquel y éste me empujaba hasta para escribir en servilletas. Aunque por qué negarlo, sólo si era sobre ella.
Es curioso, pero he aprendido a definirla, yo la había llamado Cristina, porque estaba seguro de que debía tener un sobrenombre para aquellos –que uno se cree– que son de confianza, y bueno, yo me la había tomado porque estoy convencido de que la conozco incluso más que los que creen conocerla.
Así que para mí era Cris, solo Cris.
Y ustedes dirán, he limpiado hasta sus lágrimas cuando se permitía la debilidad de dejarlas caer en la mesa.
Nunca más de doce, por lo que creo que es supersticiosa.
Después se levantaba dejando el euro ochenta sobre la madera y salía con prisa por la puerta con una maldición entre sus labios, y yo, como no, sabía muy bien a quién iba dirigida.
Antes he dicho cafés, pero al hombre que la dejaba plantada yo le servía cervezas, y de vez en cuando vasos de whisky, de esos que utilizo como chiste porque estoy seguro de que algún día servirán como componente en un arma nuclear.
Sin duda, esa bebida es un matarratas, pero justo aquella era invencible, aunque siempre salía tambaleándose y me hiciese pensar que no llegaba a su casa, a la noche siguiente, de nuevo, volvía.
Permitidme el coloquialismo, pero era un hijo de puta y lo escribiría hasta en mayúsculas.
Y no, no porque la hiciera llorar, eso en comparación es una tontería.
Simplemente porque se sentaba en la barra con esa sonrisa amable y palabras cordiales, pero a medida que avanzaba la noche el alcohol sacaba esa parte de él que tanto me repugna.
Siempre acababa hablando de Cris, de que si era demasiado santa en la cama, de que si de vez en cuando tenía que ponerla en su sitio porque no lo complacía, y de que no sería la primera vez ni la última que había estampado un plato de comida contra la pared porque se pasaba con la sal.
Os puedo asegurar que si supiese que mañana mismo moría, o dentro de unos meses, yo me lo llevaba conmigo a la tumba.
Él también me incitaba a escribir aunque fuera sacando lo peor de mí, ya que esa rata me evocaba la imagen de aquella chica tímida, risueña, delicada, llena de miedo, cubierta de moratones.
Grandísimo cabrón.
Hace una par de semanas que ya no la veo y si sigo reservando su mesa entre las siete y cuarto y las ocho menos diez creo que mi jefe acabará echándome a patadas.
En cambio él si sigue viniendo y eso me confirma que sigue viva, pero no estoy seguro de saber hasta cuándo.
Y yo vivo con miedo, no puedo negarlo. He tenido tantas veces el número de la policía marcado en el teléfono que se hacen incontables. Pero conozco la justicia de este país y sé que mis pruebas son como las de un niño que acusa con el dedo mientras grita: "¡Mami, ha sido él, él me ha empujado!"
Así que qué debo hacer, este tío está colgado, lo veo capaz de cumplir las amenazas que me esperan si actúo.
Y aunque no soy el único cobarde tampoco me reconforta, supongo que esperaré otro par de semanas a que vuelva para poder convencerla de que lo cuente porque en esta maldito bar lo sabemos todo.
Recuerdo los primeros días, era imposible no fijarse en Cris porque ella era felicidad, llenaba el ambiente con sus carcajadas y ese aura de enamorada por primera vez. Él era todo un detallista, más de un día he tenido que pedir que retiraran el ramo de rosas de la mesa para poder limpiarla, y ella siempre se lo arrimaba al pecho e inspiraba el aroma mientras me miraba. Otras veces daba vueltas a un anillo de plata sonriéndole a él. Pero os diré que todo era material porque en muy pocas ocasiones le devolvía la sonrisa, si que acercaba su mano para acariciarle el brazo o se sentaba a su lado para hacerlo con su pierna, pero siempre eran gestos interesados que aún así a ella le volvían loca.
Eso duró apenas tres semanas, después él comenzó a faltar a sus citas y si venía lo hacía con total displicencia, mantenía cuatro frases con Cris mientras daba vueltas a su café y una vez se lo bebía se iban aunque a ella no le hubiera dado tiempo a acabarse el suyo.
Fue en ese momento cuando empezó a torcerse el asunto. Ella se dejaba llevar, se dejaba hacer, simplemente se dejaba con tal de que él estuviese bien con ella.
Empezó a ser una relación de complacencia en la que Cris perdió todo su amor propio para regalárselo a él y él a mí entender sólo quería sexo así que lo menospreciaba.
Ahora están en ese punto en el que doy por hecho que le ha prohibido salir y ella vive por y para ese capullo, supongo que ocultando de la mejor manera posible aquel cuaderno que le da la vida.
Es terrible, lo sé, pero como os digo yo soy un simple camarero que escribe en servilletas y no el héroe de ninguna historia, aún así podéis creerme cuando os digo que me haría muy feliz poder serlo de ésta.





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